A pesar de que su padre se casó cuatro veces, sólo tuvo
hijos (once en total, con los que Leonardo acabó teniendo pleitos por la
herencia paterna) en sus dos últimos matrimonios, por lo que Leonardo se crio
como hijo único. Su enorme curiosidad se manifestó tempranamente, dibujando
animales mitológicos de su propia invención, inspirados en una profunda
observación del entorno natural en el que creció. Giorgio Vasari, su primer
biógrafo, relata cómo el genio de Leonardo, siendo aún un niño, creó un escudo
de Medusa con dragones que aterrorizó a su padre cuando se topó con él por
sorpresa.
Consciente ya del talento de su hijo, su padre lo
autorizó, cuando Leonardo cumplió los catorce años, a ingresar como aprendiz en
el taller de Andrea del Verrocchio, en donde, a lo largo de los seis años que
el gremio de pintores prescribía como instrucción antes de ser reconocido como
artista libre, aprendió pintura, escultura, técnicas y mecánicas de la creación
artística. El primer trabajo suyo del que se tiene certera noticia fue la
construcción de la esfera de cobre proyectada por Brunelleschi para coronar la
iglesia de Santa María dei Fiori. Junto al taller de Verrocchio, además, se encontraba
el de Antonio Pollaiuollo, en donde Leonardo hizo sus primeros estudios de
anatomía y, quizá, se inició también en el conocimiento del latín y el griego.
Juventud y descubrimientos técnicos
Era un joven agraciado y vigoroso que había heredado la
fuerza física de la estirpe de su padre; es muy probable que fuera el modelo
para la cabeza de San Miguel en el cuadro de Verrocchio Tobías y el ángel, de
finos y bellos rasgos. Por lo demás, su gran imaginación creativa y la temprana
maestría de su pincel, no tardaron en superar a las de su maestro: en el
Bautismo de Cristo, por ejemplo, donde un dinámico e inspirado ángel pintado
por Leonardo contrasta con la brusquedad del Bautista hecho por Verrocchio.
El joven discípulo utilizaba allí por vez primera una
novedosa técnica recién llegada de los Países Bajos: la pintura al óleo, que
permitía una mayor blandura en el trazo y una más profunda penetración en la
tela. Además de los extraordinarios dibujos y de la participación virtuosa en
otras obras de su maestro, sus grandes obras de este período son un San
Jerónimo y el gran panel La adoración de los Magos (ambos inconclusos),
notables por el innovador dinamismo otorgado por la maestría en los contrastes
de rasgos, en la composición geométrica de la escena y en el extraordinario
manejo de la técnica del claroscuro.
Florencia
era entonces una de las ciudades más ricas de Europa; sus talleres de
manufacturas de sedas y brocados de oriente y de lanas de occidente, y sus
numerosas tejedurías la convertían en el gran centro comercial de la península
itálica; allí los Médicis habían establecido una corte cuyo esplendor debía no
poco a los artistas con que contaba. Pero cuando el joven Leonardo comprobó que
no conseguía de Lorenzo el Magnífico más que alabanzas a sus virtudes de buen
cortesano, a sus treinta años decidió buscar un horizonte más próspero.
Primer período milanés
En 1482 se presentó ante el
poderoso Ludovico Sforza, el hombre fuerte de Milán por entonces, en cuya corte
se quedaría diecisiete años como «pictor et ingenierius ducalis». Aunque su
ocupación principal era la de ingeniero militar, sus proyectos (casi todos
irrealizados) abarcaron la hidráulica, la mecánica (con innovadores sistemas de
palancas para multiplicar la fuerza humana), la arquitectura, además de la
pintura y la escultura. Fue su período de pleno desarrollo; siguiendo las bases
matemáticas fijadas por León Bautista Alberti y Piero della Francesca, Leonardo
comenzó sus apuntes para la formulación de una ciencia de la pintura, al tiempo
que se ejercitaba en la ejecución y fabricación de laúdes.
Estimulado por la dramática peste que asoló Milán y cuya
causa veía Leonardo en el hacinamiento y suciedad de la ciudad, proyectó
espaciosas villas, hizo planos para canalizaciones de ríos e ingeniosos
sistemas de defensa ante la artillería enemiga. Habiendo recibido de Ludovico
el encargo de crear una monumental estatua ecuestre en honor de Francesco, el
fundador de la dinastía Sforza, Leonardo trabajó durante dieciséis años en el
proyecto del «gran caballo», que no se concretaría más que en una maqueta,
destruida poco después durante una batalla.
El hombre de
Vitruvio, canon del cuerpo humano
Resultó sobre todo fecunda su amistad con el matemático
Luca Pacioli, fraile franciscano que en 1494 publicó su tratado de la Divina
proportione, ilustrada por Leonardo. Ponderando la vista como el instrumento de
conocimiento más certero con que cuenta el ser humano, Leonardo sostuvo que a
través de una atenta observación debían reconocerse los objetos en su forma y
estructura para describirlos en la pintura de la manera más exacta. De este
modo el dibujo se convertía en el instrumento fundamental de su método
didáctico, al punto que podía decirse que en sus apuntes el texto estaba para
explicar el dibujo, y no éste para ilustrar a aquél, por lo que Da Vinci ha
sido reconocido como el creador de la moderna ilustración científica.
El ideal del saper vedere guió todos sus estudios, que en
la década de 1490 comenzaron a perfilarse como una serie de tratados
(inconclusos, que fueron recopilados luego en el Codex Atlanticus,
así llamado por su gran tamaño). Incluye trabajos sobre pintura, arquitectura,
mecánica, anatomía, geografía, botánica, hidráulica, aerodinámica, fundiendo
arte y ciencia en una cosmología individual que da, además, una vía de salida
para un debate estético que se encontraba anclado en un más bien estéril
neoplatonismo.
Aunque Leonardo no parece que se preocupara demasiado por
formar su propia escuela, en su taller milanés se creó poco a poco un grupo de
fieles aprendices y alumnos: Giovanni Boltraffio, Ambrogio de Predis, Andrea
Solari, su inseparable Salai, entre otros; los estudiosos no se han puesto de
acuerdo aún acerca de la exacta atribución de algunas obras de este período,
tales como la Madona Litta o el retrato de Lucrezia Crivelli. Contratado en
1483 por la hermandad de la Inmaculada Concepción para realizar una pintura
para la iglesia de San Francisco, Leonardo emprendió la realización de lo que
sería la celebérrima Virgen de las Rocas, cuyo resultado final, en dos
versiones, no estaría listo a los ocho meses que marcaba el contrato, sino
veinte años más tarde. La estructura triangular de la composición, la gracia de
las figuras, el brillante uso del famoso sfumato para realzar el sentido
visionario de la escena, convierten a ambas obras en una nueva revolución
estética para sus contemporáneos.
A este mismo período pertenecen el retrato de Ginevra de
Benci (1475-1478), con su innovadora relación de proximidad y distancia y la
belleza expresiva de La belle Ferronière. Pero hacia 1498 Leonardo finalizaba
una pintura mural, en principio un encargo modesto para el refectorio del
convento dominico de Santa Maria dalle Grazie, que se convertiría en su
definitiva consagración pictórica: La última cena. Necesitamos hoy un esfuerzo
para comprender su esplendor original, ya que se deterioró rápidamente y fue
mal restaurada muchas veces. La genial captación plástica del dramático momento
en que Cristo dice a los apóstoles «uno de vosotros me traicionará» otorga a la
escena una unidad psicológica y una dinámica aprehensión del momento fugaz de
sorpresa de los comensales (del que sólo Judas queda excluido). El mural se
convirtió no sólo en un celebrado icono cristiano, sino también en un objeto de
peregrinación para artistas de todo el continente.
El interés de Leonardo por los estudios científicos era
cada vez más intenso: asistía a disecciones de cadáveres, sobre los que
confeccionaba dibujos para describir la estructura y funcionamiento del cuerpo
humano. Al mismo tiempo hacía sistemáticas observaciones del vuelo de los
pájaros (sobre los que planeaba escribir un tratado), en la convicción de que
también el hombre podría volar si llegaba a conocer las leyes de la resistencia
del aire (algunos apuntes de este período se han visto como claros precursores
del moderno helicóptero).
Absorto por estas cavilaciones e inquietudes, Leonardo no
dudó en abandonar Florencia cuando en 1506 Charles d'Amboise, gobernador
francés de Milán, le ofreció el cargo de arquitecto y pintor de la corte;
honrado y admirado por su nuevo patrón, Da Vinci proyectó para él un castillo y
ejecutó bocetos para el oratorio de Santa Maria dalla Fontana, fundado por
aquél. Su estadía milanesa sólo se interrumpió en el invierno de 1507 cuando,
en Florencia, colaboró con el escultor Giovanni Francesco Rustici en la
ejecución de los bronces del baptisterio de la ciudad.
Quizás excesivamente avejentado para los cincuenta años
que contaba entonces, su rostro fue tomado por Rafael como modelo del sublime
Platón para su obra La escuela de Atenas. Leonardo, en cambio, pintaba poco
dedicándose a recopilar sus escritos y a profundizar sus estudios: con la idea
de tener finalizado para 1510 su tratado de anatomía trabajaba junto a
Marcantonio della Torre, el más célebre anatomista de su tiempo, en la
descripción de órganos y el estudio de la fisiología humana. El ideal
leonardesco de la «percepción cosmológica» se manifestaba en múltiples ramas:
escribía sobre matemáticas, óptica, mecánica, geología, botánica; su búsqueda
tendía hacia el encuentro de leyes funciones y armonías compatibles para todas
estas disciplinas, para la naturaleza como unidad. Paralelamente, a sus
antiguos discípulos se sumaron algunos nuevos, entre ellos el joven noble
Francesco Melzi, fiel amigo del maestro hasta su muerte. Junto a Ambrogio de
Predis, Leonardo culminó en 1508 la segunda versión de La Virgen de las Rocas;
poco antes, había dejado sin cumplir un encargo del rey de Francia para pintar
dos madonnas.
Ultimos años:
Roma y Francia
El nuevo hombre fuerte de Milán era entonces Gian Giacomo
Tivulzio, quien pretendía retomar para sí el monumental proyecto del «gran
caballo», convirtiéndolo en una estatua funeraria para su propia tumba en la
capilla de San Nazaro Magiore; pero tampoco esta vez el monumento ecuestre pasó
de los bocetos, lo que supuso para Leonardo su segunda frustración como
escultor. En 1513 una nueva situación de inestabilidad política lo empujó a
abandonar Milán; junto a Melzi y Salai marchó a Roma, donde se albergó en el belvedere
de Giulano de Médicis, hermano del nuevo papa León X.
En el Vaticano vivió una etapa de tranquilidad, con un
sueldo digno y sin grandes obligaciones: dibujó mapas, estudió antiguos
monumentos romanos, proyectó una gran residencia para los Médicis en Florencia
y, además, trabó una estrecha amistad con el gran arquitecto Bramante, hasta la
muerte de éste en 1514. Pero en 1516, muerto su protector Giulano de Médicis,
Leonardo dejó Italia definitivamente, para pasar los tres últimos años de su
vida en el palacio de Cloux como «primer pintor, arquitecto y mecánico del
rey».
El gran respeto que Francisco I le dispensó hizo que
Leonardo pasase esta última etapa de su vida más bien como un miembro de la
nobleza que como un empleado de la casa real. Fatigado y concentrado en la
redacción de sus últimas páginas para su tratado sobre la pintura, pintó poco
aunque todavía ejecutó extraordinarios dibujos sobre temas bíblicos y
apocalípticos. Alcanzó a completar el ambiguo San Juan Bautista, un andrógino
duende que desborda gracia, sensualidad y misterio; de hecho, sus discípulos lo
imitarían poco después convirtiéndolo en un pagano Baco, que hoy puede verse en
el Louvre de París.
A partir de 1517 su salud, hasta entonces inquebrantable,
comenzó a desmejorar. Su brazo derecho quedó paralizado; pero con su incansable
mano izquierda Leonardo aún hizo bocetos de proyectos urbanísticos, de drenajes
de ríos y hasta decorados para las fiestas palaciegas. Su casa de Amboise se
convirtió en una especie de museo, plena de papeles y apuntes conteniendo las
ideas de este hombre excepcional, muchas de las cuales deberían esperar siglos
para demostrar su factibilidad e incluso su necesidad; llegó incluso, en esta
época, a concebir la idea de hacer casas prefabricadas. Sólo por las tres telas
que eligió para que lo acompañasen en su última etapa, la Gioconda, el San Juan
y Santa Ana, la Virgen y el Niño, puede decirse que Leonardo poseía entonces
uno de los grandes tesoros de su tiempo.
El 2 de mayo de 1519 murió en Cloux; su testamento legaba
a Melzi todos sus libros, manuscritos y dibujos, que éste se encargó de
retornar a Italia. Como suele suceder con los grandes genios, se han tejido en
torno a su muerte algunas leyendas; una de ellas, inspirada por Vasari,
pretende que Leonardo, arrepentido de no haber llevado una existencia regido
por las leyes de la Iglesia, se confesó largamente y, con sus últimas fuerzas,
se incorporó del lecho mortuorio para recibir antes de expirar, los
sacramentos.
Fuente:
http://www.leonardoda-vinci.org/
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